Al otro lado del Mediterráneo

Las ventanas del autobús comenzaron a vibrar; los motores habían arrancado y ya no había marcha atrás. En los ojos de mis compañeros, brillaba la ilusión durante tanto tiempo contenida de ese momento irrepetible que para todo adolescente supone el viaje de estudios. Nuestro viaje acabaría, como todos los caminos, en Roma, y fue allí donde conocí a Cosetta. Ella vivía en la dulzura de los quince años, yo no tenía muchos más. Caminaba con sus amigas por la plaza de San Pedro del Vaticano; ellas también estaban de viaje de estudios. Pronto, su grupo se juntó con el mío entre risas e insinuaciones, pero ella, tímida, permanecía apartada. Me bastó verla sonreír allí, en su voluntario segundo plano, para sentirme inevitablemente atraído hacia su lado. Me acerqué a ella y comenzamos a hablar. El resto llegó de la mano de la noche, en otra plaza aún más bella, la Piazza Navonna, donde nos escondimos del resto del mundo y contamos las estrellas con cada beso. Cosetta fue mi primer gran amor. Desde que nos conocimos, la suerte nos guió por el camino hacia ese lugar donde la vida te da una pequeña oportunidad para hacer tus sueños realidad. Juntos descubrimos, en la ternura, y en la pasión, la auténtica belleza de la vida. Dos años estuve sin verla desde aquella tarde en Roma; dos años en los que no pasó una semana en que no cruzase una carta el Mediterráneo, de España a Italia, y de Italia a España, portando la ilusión de nuestro incipiente amor, y nuestra pasión contenida. Durante todo ese tiempo, pude conocerla mejor; me habló de sus sueños, de su familia, y de su vida allí, en un pueblecito del sur de Italia. El verano pasado, me encontraba yo en una isla griega llamada Ios, haciendo un viaje que me había llevado sin fijar una ruta previa, a través de Europa, donde había conocido miles de cosas nuevas. Saciado ya de tanta novedad, sentado frente al amanecer del Adriático, decidí coger un Ferry y cruzar la escasa distancia que separaba nuestros corazones. Me despedí de mis amigos eslovenos, y atravesé la noche sentado en la cubierta de un barco con dirección a Brindisi, en el sur de Italia. Una mañana de julio, aparecí caminando por la orilla de aquel pueblecito del sur de Italia llamado Monopoli, con mi mochila, mis sandalias, y esa pinta de explorador que acaba teniendo uno cuando lleva ya un mes fuera de casa, durmiendo cada noche en trenes, playas y ciudades diferentes. Me sentía extraño en aquel lugar, era un pueblo de pescadores, con calles estrechas, paredes blancas y calas rocosas, bañadas por un azul puro y transparente. La gente del pueblo me miraba; se hacía evidente que yo no era de allí, pero mis ojos y mis pensamientos se centraban sólo en ese ansiado momento que llegaría cuando yo la volviese a ver. Y ese momento llegó; ella salía del agua, con su inconfundible cuerpo italiano, la niña se había convertido en mujer. Levantó la mirada, con su pelo liso y largo regando su espalda de agua salada, y sus ojos, incrédulos, radiantes, mudos, al descubrir que era yo, quien le esperaba en la orilla. Podéis imaginarlo, fue un momento irrepetible, pero no sería el único que archivase durante los tres días que me quedé en Monopoli; tres días en los que el Sol mediterráneo brilló más que nunca, al menos en nuestros corazones. Fueron tres amaneceres, con sus tres atardeceres y sus tres anocheceres, siempre junto a Cosetta. Nos dimos tantos besos como palabras habíamos escrito en nuestras apasionadas cartas; tantas caricias de verdad, como olas golpeaban la orilla de la playa, y fueron tantos nuestros suspiros, que seguro ahora flotan en alguna parte, viajando de un lado a otro sobre el Mediterráneo. La vida me hizo un guiño en aquellos días, y desde entonces, no dudo en luchar cuando tengo un sueño. Nocturno.

PUNTO DE VISTA

Me han tocado los condones. Y eso, sólo lo toca quien debe tocarlo (y me refiero, claro, a la Organización Mundial de la Salud). Me parece realmente estupendo que la Iglesia proponga como método contra el SIDA la abstinencia. Está en su completo derecho. Ese mensaje va dirigido a un sector concreto de la población, a su target group: la comunidad creyente y, como esta lo es de forma voluntaria, no tiene por qué molestar a quien no va dirigido lo que el mensaje proponga o deje de proponer. Hasta aquí bien. El problema es cuando el mensajero dice que su mensaje va dirigido a "todos los jóvenes y adolescentes españoles", y el mensaje en cuestión es nada menos que una descarada campaña de desprestigio contra el condón. Es posible que a alguien que de forma madura e independiente haya optado por vivir algo tan personal como su sexualidad, de forma diferente a la que ellos plantean, ahora mismo, esté pensando en dejar de utilizar el preservativo, por una actitud irresponsable y, cuando menos, inoportuna, por parte de personas con cierto poder de influencia sobre la colectividad. Y eso es muy grave. Si se rechaza el preservativo porque se opta por la abstinencia, me parece muy respetable; pero si no elegimos la castidad, confiemos en el que hoy es el método más seguro para combatir esa enfermedad que hace de algo tan bello, un peligro mortal. La fe, la procreación, o la moral, tienen muy poco que ver con la salud pública, y sería muy positivo que más de uno se aplicase eso de "zapatero a tus zapatos". datos: Las más recientes estimaciones de la OMS elevan el número de seres humanos infectados por el VIH a 8-10 millones de adultos y 1 millón de niños. España es el país europeo con mayor incidencia de la enfermedad, y ocupa el segundo lugar (después de EEUU) en número de casos en el mundo occidental. Desde que apareció la enfermedad en la década de los años setenta hasta 1996, según estimaciones basadas en informes mundiales, 29,4 millones personas se han infectado con el VIH, 8,4 millones han desarrollado la enfermedad y 6,4 millones de personas han perecido por su causa. Javi Muelas

PUNTO DE VISTA

Los rugidos de la selva "Hay hermosas palabras que en su misma sonoridad ya expresan su sentido". Al igual que el oído debería distinguir las voces de los animales, también es necesario saber nombrarlas. Uno sabe que los perros ladran, los gatos mahullan, que balan las ovejas y las cabras...¿Pero cual es el nombre de la voz de los pingüinos, el grito de los gorilas...?. Haría falta saber también otro nombre y otro verbo, que no creo que vengan ni en los diccionarios de letra diminuta ni en las más desaforadas enciclopedias. Me refiero a la voz del animal más agresivo que conozco, que me despierta mayor desazón que si oyera en una selva el barritar de los elefantes. No necesito viajar a ninguna latitud exótica para escucharla; tampoco conozco ningún refugio donde no oirla. Me refiero a ese sonido que emite el humano cuando está al volante de un coche, y este sonido es producido sin el menor esfuerzo de los pulmones o de las cuerdas vocales. Puede enloquecer a una ciudad entera cuando estos "antropoides" se congregan en mitad de un atasco. Pero basta sólo con que uno de ellos de un bocinazom para que quede amenazado si no se da prisa en cruzar el aso de cabra. Otra costumbre de esta especie que tengo muy observada es la llamada de protesta de un "antropoide" motorizado a otro que, al aparcar en doble fila, no le deja salir. Uno supone que cuando por fin el otro "antropoide" escucha su llamada y viene a apartar el coche, se produce una de esas peleas de dominación territorial. Cada individuo se monta en su coche y los dos se quedan tan contentos, como si no hubieran hecho otra cosa que practicar la peculiar cortesía de su especie. Alicia Gracia

Ciudad libre

Unos guerrilleros se acercan a la pantalla, de lejos, vestidos con uniformes militares de un color verde pistacho. Llevan rifles y escopetas negras, y se acercan, se acercan. Hasta que llegan, y abofetean la pantalla. La imagen cambia. Una chica de no más de catorce o quince años se cubre la cabeza mirando hacia arriba con ojos vidriosos y desencajados. Espera gritando y aguardando, con acierto, el puñetazo que la golpea después, haciendo que se bambolee entre sollozos y mareos de pánico. El brazo que se ha disparado hacia ella se agita frente a la pantalla, rechazando la imagen dispersa. La imagen cambia. Un hombre corre, sin rumbo, con el torso desnudo, hasta que aparece un rifle, sin identidad, por la izquierda, y le dispara. La imagen se congela. El hombre ha quedado con los brazos en alto, la boca abierta, la mirada fija, las articulaciones en tensión, aguardando y temblando. La imagen cambia. Dos hombres llevan en volandas a otro, que va apretando los dientes y cerrándole los ojos al cielo. Una de sus piernas está partida. La franja babea hebras de sangre. Esperando que la imagen cambie para bien, me empiezan a picar los ojos. La vida del mundo se está desmoronando. Por Dios, que alguien pare esto. Adrián Ortiz

Cartas a Dios

La carta que viene a continuación, es la primera de una serie de cinco cartas en las que podréis conocer, casi desde dentro, la pérdida de fe que algunas personas experimentan al morir un ser querido.. Si leéis las cinco cartas, semana tras semana, iréis descubriendo una historia sincera y personal que comienza con un odio desgarrador y la rebeldía hacia Dios, y termina en una meditación profunda que conducirá a su autora hacia la reconciliación con su fe, y con Dios. Me gustó especialmente por su sinceridad y la fuerza de sus sentimientos; espero que os guste a vosotros también. Manu Coloma. 1ª carta. Maldito ser: No puedo remediar que cada vez que me hablen de tu existencia me invada una sensación de asco. No entiendo cómo puede haber tanta gente que crea en ti, que te venere. Cada vez que pienso en ti, bombardean mi cabaza miles de calificativos y palabras mal sonantes que sin duda te diría, y siento la necesidad de ir hacia el lugar en el que estés, si en realidad existes, y matarte a insultos. Es entonces cuando intento evadirme y caigo en un letargo de sombras. Allí, te personificas y puedo descargar toda mi furia contigo. Luego vuelvo a mi triste realidad donde te reencarnas en la nada contra la que no puedo luchar. Preferiría que fueras cualquier cosa, que fueras algo, para poder desahogarme, pero por más que te busco, sólo encuentro el vacío. Me hiere inmensamente que vayas por todos los lugares de "Quijote", que creas que puedes dar la imagen de salvador. No, a mi no me engañas, para mis ojos ya ha caído tu pintura. Recuerda que yo te veo tal y como eres. Témeme. Con todo mi odio. María Ruiz